Hay mucho en juego en Egipto
Israel y Arabia Saudí, tradicionales aliados de EEUU, son los grandes beneficiados por el golpe de Estado egipcio.
Esta semana el presidente de Francia François Hollande recibió en París al ministro de Exteriores de Arabia Saudí, el príncipe Saud al-Faisal. Ambos hablaron de los acontecimientos en Egipto y acordaron “dar a la hoja de ruta en Egipto una oportunidad para asegurar la seguridad y elecciones tempranas”, en palabras del saudí, quien defendió el derrocamiento de Mohamed Morsi.
Poco importa que los creadores de esa hoja de ruta, los perpetradores del golpe de Estado en Egipto, estén impulsando la caza de sus opositores políticos de la Hermandad musulmana, la matanza de manifestantes, la imposición del toque de queda, el arresto de periodistas. Eso es lo de menos. Hay que darles una oportunidad. O cien. Los intereses que confluyen en Egipto son demasiados como para arriesgarse a perderlos.
Hay mucho en juego. Egipto es el país árabe más poblado del mundo y por su territorio pasa el canal de Suez, vía marítima que une Asia con el Mediterráneo, de vital importancia estratégica y comercial. Por ella transitan barcos mercantes que trasladan materias primas, en especial petróleo (unos 2,5 millones de barriles diarios), así como buques militares estadounidenses o israelíes, entre otros.
Lo sabe bien Estados Unidos. Lo experimentó en carne propia en los años cincuenta, cuando se negó a entregar al presidente egipcio Abdel Gamal Nasser la ayuda económica militar que él solicitaba. Aquella negativa terminó facilitando el acercamiento de El Cairo a la Unión Soviética y su posicionamiento como país “neutral”. Así lo admitiría tiempo después, en 1963, el secretario de Estado estadounidense de John F Kennedy, Robert Komer:
“Nosotros mismos habíamos contribuido a esta situación por nuestra política a mediados de los años cincuenta con respecto al presidente egipcio Nasser. Giró hacia Moscú como reacción a la política británica y estadounidense y no queríamos cometer la misma equivocación otra vez”.
A partir de entonces Washington se propuso recuperar Egipto. Impulsó un acercamiento que desembocó en una amistad con el presidente egipcio Anuar el Sadat en los años setenta y en los pactos de paz de Camp David entre El Cairo e Israel. Con ello Estados Unidos arrastró a los egipcios a su órbita, con la voluntad de no “perderlos” nuevamente.
Algo mucho más complejo
Ahora, ante un nuevo vaivén en suelo egipcio, Estados Unidos se niega a llamar golpe de Estado al golpe de Estado y no congela las ayudas a El Cairo.
Más lejos ha ido el representante del Cuarteto de Paz para Oriente Medio, Tony Blair, (sí, el de las Azores y la invasión de Irak), quien ha defendido el golpe de Estado egipcio diciendo que solo había dos opciones, “intervención o caos” y respaldando nuevamente el neocolonialismo en nombre de la estabilidad: “Traer la estabilidad a Oriente Medio no es responsabilidad de nadie más, sino nuestra”.
El propio representante de la UE en Oriente Medio, el malagueño Bernardino León, evitaba esta misma semana hablar de golpe de Estado, diciendo que lo ocurrido en Egipto “es algo mucho más complejo que una simple intervención militar”.
Hay mucho en juego. Egipto es el país árabe más poblado del mundo y por su territorio pasa el canal de Suez, vía marítima que une Asia con el Mediterráneo, de vital importancia estratégica y comercial. Por ella transitan barcos mercantes que trasladan materias primas, en especial petróleo (unos 2,5 millones de barriles diarios), así como buques militares estadounidenses o israelíes, entre otros. Esta misma semana lo ha cruzado un portaaviones estadounidense que se dirigía a Afganistán, y se calcula que lo transitan unas 40 naves militares de Estados Unidos al año.
Egipto también es estratégico debido a que comparte frontera con Israel. Hubo un antes y un después en la región tras la firma de los acuerdos de paz de Camp David entre El Cairo e Israel en 1979. La importancia de Camp David fue subrayada por la embajadora estadounidense en El Cairo en octubre de 2011, hablando de las relaciones que los Hermanos Musulmanes deberían tener con Israel cuando gobernaran Egipto:
“Los acuerdos de paz de Camp David son absolutamente fundamentales para la paz en toda la región. Si no tienen éxito, las demás cuestiones serán inmateriales. Es realmente importante, no tiene por qué ser una gran historia de amor, pero tiene que ser una relación pacífica”.
El papel de Israel
Para analizar los acontecimientos es por tanto imprescindible observar el papel de Israel, un país que cuenta con el Ejército más poderoso en la zona y que necesita el mantenimiento del statu quo para perpetuar su ocupación ilegal en los territorios palestinos.
Como escribí en julio en el artículo “Israel y Egipto, una relación forjada en Washington”, la gestión de la seguridad en el Sinaí egipcio, fronterizo con Gaza e Israel, fue en estos últimos meses causa de importantes tensiones entre Morsi y el Ejército egipcio.
Desde los años setenta los generales egipcios, Israel y la monarquía absolutista de Arabia Saudí han sido grandes aliados. La estabilidad con Israel ha sido una prioridad del Ejército de Egipto. Por eso Israel contempló con temor la caída de Mubarak en 2011 y por eso ha sido uno de los grandes defensores de los militares egipcios. Dicho en palabras de un alto representante israelí, citado hace unos días por The Wall Street Journal, “los militares egipcios, Arabia Saudí e Israel son el eje de la razón en Oriente Medio”.
También por eso el gobierno israelí ha pedido una vez más a Estados Unidos que no retire la ayuda económica que destina a las Fuerzas Armadas egipcias -1.300 millones de dólares anuales- iniciada como recompensa a los acuerdo de paz entre El Cairo e Israel en 1979 y que simboliza de algún modo el compromiso de los generales egipcios con el Estado israelí, según escribía en 2009 la propia embajada estadounidense de El Cairo.
Arabia Saudí
El papel de Arabia Saudí, gran aliado del Egipto de Mubarak, es fundamental tras el golpe de Estado. Solo horas después del derrocamiento del presidente egipcio Mohamed Morsi, la monarquía saudí ya mostraba su apoyo al nuevo statu quo en Egipto y celebraba el fin de los Hermanos Musulmanes en el poder.
El ministro de Exteriores saudí, con el que el presidente francés se reunía esta semana, se ha referido a Egipto como “nuestro segundo hogar”, ha subrayado que Arabia Saudí nunca permitirá su desestabilización y ha prometido más respaldo económico (tras el golpe de Estado, tres países del Golfo -los saudíes, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos- ya anunciaron un paquete de 12.000 millones de dólares para Egipto) en caso de que otras potencias decidan retirar su respaldo económico a El Cairo.
Arabia Saudí ha sido, junto con Israel y los generales egipcios, importante aliado de Estados Unidos y otras potencias occidentales. Y lo sigue siendo. De hecho la mayor venta de armas de la historia estadounidense a un solo país, por valor de 60.000 millones de dólares en 15 años, es precisamente a Arabia Saudí, un país donde l a libertad brilla por su ausencia, sobre todo para las mujeres, donde las autoridades reprimen cualquier conato de protesta y en el que se acogen las tesis más retrógadas y fundamentalistas del Islam. Esta misma semana, sin ir más lejos, han sido decapitados dos hombres acusados de robo y asesinato.
Por eso resulta cuanto menos hipócrita escuchar cómo desde algunos sectores occidentales se apela a la defensa de los derechos humanos para justificar el golpe de Estado en Egipto.
Los Hermanos Musulmanes
Los errores de los Hermanos Musulmanes han sido muchos, pero entre ellos no está abrazar las tesis islámicas más radicales. A pesar de lo que han llegado a sostener algunos “analistas”, en Egipto no había una teocracia, ni se cortaba la cabeza a los ladrones ni se lapida a las mujeres. La Hermandad es una organización islámica conservadora menos radical y fundamentalista que los salafistas del partido Nour a los que la coalición pro golpe de Estado acogió en su seno y a los que apoya y financia Arabia Saudí.
Morsi no buscó satisfacer las demandas de las revueltas de 2011 y gobernó de espaldas al resto de las fuerzas políticas, sin tener en cuenta, además, que había ganado las elecciones con un raspado 51% de los votos y una elevada abstención.
Además, como presidente impulsó una Constitución que no prohibía de forma explícita la discriminación por razones de género, sexo, origen o religión, que permitía juzgar en tribunales militares a civiles, que ponía serios obstáculos a la creación de sindicatos independientes y que seguía limitando, como el régimen anterior, la libertad de expresión e información.
Durante su mandato se registraron nuevos casos de represión y persecución contra activistas y periodistas. No era representante de una fuerza revolucionaria defensora de las libertades, como tampoco lo son los generales golpistas.
A pesar de lo ocurrido estas últimas semanas en Egipto, Estados Unidos no ha cancelado su ayuda militar a El Cairo -la segunda mayor ayuda que Washington entrega a unas fuerzas armadas- y la Unión Europea solo ha recomendado suspender la exportación de armas a Egipto, dejando la decisión final a cada país miembro, y manteniendo las ayudas. La apuesta por el diálogo con el gobierno golpista egipcio sigue vigente.
Son días oscuros para Egipto. Se está imponiendo el terror, la guerra sucia, la justificación de la violencia en diversos sectores. Ante ello las potencias occidentales dan una oportunidad a la “hoja de ruta” de los golpistas y no parecen molestas con sus amigos del Golfo, los grandes valedores del nuevo régimen egipcio. Nuevamente los gobiernos de Europa y Estados Unidos optan por defender los intereses de la minoría a la que representan.
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