La pluralidad informativa y la libertad de expresión
El control de una porción tan grande del mercado en una sola mano producirá una visión monotemática especialmente en temas y momentos cruciales, como las elecciones, dice Augusto Álvarez Rodrich.
Es diferente que un periodista se vaya de un diario porque discrepa con sus enfoques o que, por lo mismo, lo boten del medio, a que, por ese motivo, el despido implique que te boten del 80% del mercado de prensa escrita, de dos canales de televisión y del principal grupo radial del país sobre el cual El Comercio ha mostrado un interés de compra. Augusto Álvarez Rodrich vuelve a dedicar su columna a la concentración de medios.
El debate sobre el acaparamiento de la propiedad en la prensa deberá driblear a dos extremos igualmente peligrosos para dos fundamentos democráticos: la libertad de expresión y la pluralidad informativa.
El primer riesgo radica en la pretensión de El Comercio de que su actual posición acaparadora tras la compra de Epensa –que le permite controlar el 80% de este mercado– constituye un hecho consumado.
Esto es dañino para la pluralidad informativa porque el control de una porción tan grande del mercado en una sola mano producirá una visión monotemática especialmente en los temas cruciales, en los momentos cruciales. Como las elecciones.
El segundo riesgo es sobre la libertad de expresión. Por un lado, debido a que la concentración tan alta de la propiedad creará las condiciones para el avasallamiento del propietario frente al periodista.
Es diferente que un periodista se vaya de un diario porque discrepa con sus enfoques o que, por lo mismo, lo boten del medio, a que, por ese motivo, el despido implique que te boten del 80% del mercado de prensa escrita, de dos canales de televisión y del principal grupo radial del país sobre el cual El Comercio ha mostrado un interés de compra.
Esto implicará, en el marco de la pulverización de la pluralidad informativa por el acaparamiento, la reducción al mínimo de la posibilidad de discrepancia o, puesto de un modo más crudo, la obligación –si se quiere conservar la chamba– de defender los puntos de vista del dueño, especialmente en esos momentos cruciales como las elecciones.
Pero hay otro riesgo sobre la libertad de expresión derivado de la aparición de una serie de espontáneos que se están lanzando al ruedo del debate sobre el acaparamiento de la propiedad de la prensa escrita con la pretensión absurda de querer regular los contenidos periodísticos.
Esto no tiene ni pies ni cabeza. Por ninguna razón se debe limitar la libertad de expresión de un medio para informar y opinar del modo que mejor le parezca a este. La única limitación es la mentira, pero eso debe ser dilucidado en la justicia a partir de las demandas que presenten los que se sientan perjudicados.
Este tipo de iniciativas censoras surge, precisamente, cuando se produce un acaparamiento tan alto como el que ha ocurrido ahora en el país en la prensa escrita. No surge porque se proponga debatir el tema.
El debate indispensable sobre el perjuicio de la concentración de la propiedad en la prensa deberá driblear a la terquedad arrogante del que insiste en los hechos consumados, y a los de la vocación censora que quieren pescar en río revuelto.
El debate debe armonizar la promoción de la iniciativa empresarial en el sector, la libertad de expresión, la pluralidad informativa y el periodismo independiente. Sí se puede.
Tomado de La República
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