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foto: efe verde

“Yo no quiero transgénicos”

Polémica en Chile tras retiro de la 'ley Monsanto' de privatización de la semilla campesina.

Publicado: 2014-04-22

Chile es el principal exportador mundial de semillas transgénicas pero, por ley, esos granos no se pueden vender en el interior del país. Lo curioso es que esos vegetales que nacieron en laboratorios chilenos al final se acaban importando, porque no se puede satisfacer el consumo interno de otro modo. 

“Chile tiene 120.000 hectáreas de maíz no transgénico; eso alcanza para satisfacer el 50% de las necesidades de maíz chilenas. El resto hay que importarlo de Paraguay, Argentina y EE.UU. , donde la adopción del maíz transgénico es cercana al 100%”, comenta en una entrevista con Efe Miguel Ángel Sánchez, director ejecutivo de la asociación gremial que agrupa a las compañías desarrolladoras de biotecnología (ChileBio). 

Esa contradicción ha vuelto ahora al debate público, después de que el ejecutivo anunciara la retirada de la apodada “ley Monsanto”, por considerar que requiere un estudio más concienzudo.

Resaltando que “el retiro de la ley de obtentores vegetales está motivado por el interés de hacer una norma que recoja todo lo que sea conocido en Chile, e internacionalmente, y los derechos de las comunidades agrícolas más pequeñas”, según comentó la ministra portavoz, Ximena Rincón, cuando fue retirada del Congreso.

Y, aunque muchos piensen que los tomates de hoy ya no saben como los de antes, o que nada es tan delicioso como una naranja arrancada del árbol, lo cierto es que los transgénicos que se consumen de manera comercial son solo cuatro cereales: maíz, canola, soja y algodón.

Alimentos que preocupan a sectores de la población chilena porque, en palabras de Lucía Sepúlveda, vocera de “Yo no quiero transgénicos en Chile”, “están en los alimentos procesados de los supermercados y hasta en los cereales de los niños”.

El transgénico nació en Japón

El gran rayo iluminador que motivó la idea de crear vegetales transgénicos cayó en Japón. Allá, en el imperio del Sol Naciente, descubrieron en 1920 una bacteria con una capacidad insecticida.

Decidieron esparcirla por los campos hasta que se dieron cuenta que el efecto insecticida estaba en una proteína . Entonces aislaron los genes encargados de sintetizar la enzima y comenzaron a insertarlos en las plantas.

”En los años ochenta se hizo la primera planta transgénica a través de ese mecanismo. Se introduce el gen a la bacteria y esa bacteria es capaz de transferírselo a las plantas. Esta bacteria vive en el suelo de todo el mundo”, explica Miguel Ángel Sánchez.

A día de hoy eso es lo que se hace en los laboratorios de los países productores de semillas transgénicas: a partir de unas cuántas células en las que se ha insertado previamente el gen, se logra que nazca un nuevo organismo.

Aunque por el momento el 99% del consumo transgénico está concentrado en el algodón y los cereales, lo cierto es que dentro de éstos hay muchas variedades.

La mayor modificación es la de una cepa de maíz que tiene un total de ocho genes alterados, por eso muchos sectores se cuestionan hasta qué punto se puede controlar lo que supone la modificación de un gen.

“Nos mienten cuando cuentan que la modificación de ese gen no produce efectos en otros de manera inesperada”, asegura Iván Santandreu, portavoz y fundador de la asociación “Chile sin transgénicos”.

La cuestión ambiental 

Los efectos que pueden producir en el medioambiente los cultivos transgénicos preocupan en Chile.

Estos vegetales son capaces de sobrevivir a los pesticidas más agresivos y a las plagas de insectos, lo que repercute en los ecosistemas y afecta a la salud de los agricultores, según dicen las organizaciones ecologistas.

También se ha escuchado que pueden invadir los campos colindantes y, con ello, contaminar parcelas vecinas.

Sin embargo, sobre este punto, el director ejecutivo de ChileBio opina que los estudios de bioseguridad que han pasado estos cultivos “demuestran que no hay riesgo”.

”Los cultivos transgénicos no presentan ninguna diferencia en cuanto a su fisiología o fisiognomía con respecto a una planta normal. Eso es lo que ha llevado a academias científicas del mundo a decir que los riesgos que tiene un cultivo transgénico son los mismos que los cultivos normales. Por lo tanto tiene la misma invasividad”, aclara Sánchez.

Consecuencias económicas 

La “Ley Monsanto”, que ingresó en el Parlamento chileno en 2009 , durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, fue bautizada con el nombre de su principal beneficiario, la multinacional Monsanto que, junto a Bayer, Basf, Pioneer, Dow y Syngenta, se reparten el mercado mundial.

Los grandes perdedores del oligopolio productor de semillas transgénicas son los campesinos y pequeños agricultores quienes, para Sepúlveda, deberían ser apoyados por el Estado “con mecanismos que aseguren que pueden vender”.

Y si la biotecnología se apoya en la promesa de terminar con el hambre en el mundo al aumentar la producción, Sánchez asegura que el objetivo de los transgénicos es “principalmente económico”.

“Buscan reducir las pérdidas en las cosechas. Aumentar la cantidad de alimentos a nivel mundial es una consecuencia indirecta”, afirma el experto.

Mientras que en Latinoamérica países como Argentina, Brasil o México disponen de millones de hectáreas de cultivos transgénicos, la Unión Europea cuenta con un sistema regulador muy burocratizado que, hasta la fecha, solo ha autorizado el cultivo de maíz.

Se planteó implantar una patata transgénica en los campos europeos pero el Tribunal General de la Unión Europea anuló la iniciativa el pasado diciembre.

Tecnología frente a ideología 

Frente a la amenaza que supone el oligopolio de las empresas biotecnológicas, universidades e instituciones públicas están invirtiendo en el desarrollo de distintos productos genéticamente modificados.

En Hawai, la Universidad de Cornell está desarrollando una papaya genéticamente modificada que resiste el ataque de un virus y, del mismo modo, Bangladesh acaba de desarrollar una berenjena transgénica resistente a los insectos.

“También Brasil ha desarrollado un poroto (frijol) en un organismo dependiente del Ministerio de Agricultura, y Cuba ya tienen más de 3.000 hectáreas sembradas de un maíz que han pagado todos los cubanos”, asegura Sánchez.

Así, el director de ChileBío insiste en que, desde el punto de vista técnico y científico, “todo es contundente a favor de los transgénicos y es en lo ideológico y político donde está hoy la discusión”.

EFE Verde 


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