Eran jóvenes solteros en busca de un futuro mejor en un continente lejano, pero acabaron inmersos en un conflicto cuyas dimensiones no podían imaginar: la I Guerra Mundial. Es el relato de la primera emigración masiva de chinos a Europa, cuya experiencia y vida quedó en el olvido. 

Ahora, un siglo después, diversos historiadores y expertos arrojan luz sobre estos emigrantes, 140,000 campesinos y trabajadores iletrados, procedentes de la provincia oriental de Shandong y zonas del norte, que se presentaron como voluntarios para trabajar en Europa por un salario hasta 20 veces superior al que podían conseguir en su país.

Ellos fueron la apuesta del Gobierno chino para posicionarse en la Gran Guerra sin hacer demasiado ruido y ante el convencimiento de que la Triple Entente —Francia, Reino Unido y el Imperio ruso— saldría triunfante.

"China era débil en aquel momento, pero había voces en el Gobierno que apostaban por involucrarse en la guerra, pensando en los beneficios que traería estar en el lado vencedor: aumentar su importancia y reducir sus deudas", explicó a EFE el profesor de Historia, Xu Haiyun, en la Universidad Renmin de Pekín.

Tras varias propuestas de envío de soldados y trabajadores, y múltiples negativas por parte de los Aliados, que no veían beneficiosa la entrada de China, Francia y Gran Bretaña acabaron cediendo ante las múltiples bajas en la contienda y los chinos comenzaron a llegar a partir de 1916.

El acuerdo, no obstante, se mantuvo bajo secreto, para no levantar sospechas sobre la neutralidad de Pekín. Francia contrató a los empleados chinos a través de empresas privadas y Gran Bretaña trató de encubrirlo con gestiones en un terreno en el que no estaba el Gobierno chino.

Miles de campesinos y trabajadores de clase baja se ofrecieron y tuvieron que pasar estrictos exámenes médicos, recordó a EFE el profesor de Historia en la Universidad de Hong Kong, Xu Guoqi, autor del libro Strangers on the Western Front: Chinese Workers in the Great War.

Querían a los mejores: jóvenes de 20 a 40 años, solteros, altos y fuertes. Esos eran los requisitos para emprender el camino a Europa, un destino al que, para empezar, no consiguieron llegar unos 700, víctimas de ataques de submarinos alemanes.

A otros 3,000, que sí consiguieron pisar tierra firme tras cuarenta días de viaje por mar, no les esperaba un futuro mejor. Murieron víctimas de bombardeos por el fallo de las armas que transportaban a los soldados al Frente o por enfermedades como la tuberculosis.

Todos pensaban, dice el profesor de Pekín, que iban a fábricas, alejados del horror de la batalla, pero sufrieron en primera persona las atrocidades de la guerra, se encargaron de cavar las tumbas para los muertos, transportaron los cadáveres, recargaron las armas y asistieron en el Frente.

A ello, se sumó "el racismo y los malentendidos", cuenta por su parte el catedrático hongkonés, y recuerda cómo los chinos se sentían insultados cada vez que un oficial inglés les espetaba "Let's go" (Vamos) o, simplemente, "Go", ya que en mandarín el sonido es muy parecido al de perro ("Gou").

Su estancia en Europa, al mismo tiempo que los impresionó por lo "decididos a matarse" que estaban los europeos, también les "abrió la mente" en múltiples aspectos, desde el trabajo que podían desempeñar las mujeres hasta valores como la educación básica o la justicia.

Quizá por eso unos pocos decidieron seguir su lucha en Europa, y se involucraron en una segunda batalla, esta vez de manera consciente: la guerra civil española.

Según los historiadores, al menos dos de ellos decidieron ir a luchar contra el futuro dictador Franco. "Se impregnaron del espíritu francés, y fueron a luchar contra la injusticia", detalla orgulloso el experto de Pekín, quien se muestra alegre por poder hoy revelar su historia. (EFE)