Escribe Barbara Wesel (LGC/ CP)


Hace frío y llueve incesantemente. Aquí acaba el viaje de unos cincuenta refugiados, en un campo embarrado. Estamos en Serbia. Llegando a la ciudad fronteriza de Sid, el autobús dio la vuelta en una carretera secundaria y, quince minutos después, para en medio de ningún sitio. Deben bajarse. 

La frontera con Croacia está sólo a unos cientos de metros de distancia. Una ONG ha montado sus tiendas de campaña junto a la parada de autobús y reparte impermeables de colores, pasta caliente, plátanos y agua. Todos tienen hambre después de nueve horas de autobús. Sobre todo los niños.

Tras cuatro semanas de viaje, el pequeño Hamid tiene mucho que contar.

Aquí llegan principalmente sirios, iraquíes y afganos. Tanto grupos de jóvenes como familias. Un voluntario trae un cesto de zapatos de niño. Hamid, de diez años, está cansado de arrastrar sus sandalias por el barro. Su padre busca unos de su talla.

Para los niños de más edad, la travesía es una especie de aventura. Hamid lleva cuatro semanas de viaje. Lo indica con los dedos. Su hermanito tiene sólo dos años y tienen que llevarlo en brazos. Como otra madre siria, que tiene gemelos y necesita que un compatriota le lleve a uno de ellos, mientras ella abraza en su pecho al otro. 

Nacido en la huida

Una joven de Damasco espera también junto a la frontera. Lleva a un bebé de dos semanas envuelto en una manta pegado a su cuerpo. Dio a luz en Turquía, durante el camino. Su marido explica en un inglés básico que tuvieron que huir de los bombardeos sin esperar al parto. "Demasiado peligroso, muy peligroso", repite.

Tras un breve descanso, la gente continúa su camino a campo traviesa. "No está lejos, ahí detrás está la próxima frontera", les animan los voluntarios al mostrarles el camino. Serbia niega que concentre a los refugiados en la frontera macedonia o que los envíe en autobuses a la croata. Y las relaciones entre estos países se deterioran.

La gente cuenta que había que pagar 35 euros por el trayecto. Y apenas descarga, llega el siguiente. Los viajes están indudablemente organizados. A unos pocos cientos de metros espera la policía croata en medio de un campo, para recibir a los refugiados.

Sin tiempo para el descanso, esta joven madre procedente de Damasco tuvo a su bebé en plena huida.

"Sigan, sigan", gritan, para que continúen hasta el paso fronterizo oficial, donde les esperan más autobuses. Un desvío de una hora por el barro y la lluvia. En el lado croata está Tovarnik. Allí, cuando a veces los autobuses no llegan con suficiente rapidez, se acumulan cientos de refugiados. 

Con las fronteras se gana dinero

Pacientemente esperan en los maizales. Los niños lloran de cansancio. Youssef lleva en brazos a su hija de un año: su hijo ya tiene tres y puede andar. "Es nuestro héroe", dice su madre, Sarah. Ambos eran profesores de la Universidad de Damasco. Llevan todo lo que les queda en sendas mochilas.

"Todas nuestras cosas se han mojado", se queja Sarah, que viste únicamente un suéter y una chaqueta. "Se había puesto demasiado peligroso, no podíamos quedarnos más", explica él. ¿Qué van a hacer ahora? Quieren ir a Alemania, como tantos otros. "Quizá ahí pueda volver a la Universidad", espera. Pero no saben qué va a ser de su vida. Ni siquiera saben qué va a pasar hoy. 

Desde Tovarnik son llevados en autobús, junto a otros del campamento, a Opatovac. El ejército croata ha improvisado allí un campamento: hay alimentos, medicinas, guarderías. Todo está bien organizado y el trato con los refugiados es amable. Docenas de policías croatas velan para mantener el orden en las colas de espera.

Hay cunas y se ha puesto calefacción, pues las noches son frías. Una enfermera cuida a los bebés. "Muchos vienen desnutridos o con hipotermia", explica Martina, de ACNUR, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados. "Anoche durmieron aquí 130 bebés".

Las madres están simplemente demasiado cansadas para calentar y amamantar a sus hijos. Pero el respiro en Croacia es corto. Los refugiados ignoran que en sólo unas pocas horas serán reenviados de nuevo en autobús a la frontera con Hungría. Allí se repite el mismo juego, pero el trato es peor y los militares tienen menos contemplaciones. Y son menos educados con ellos.

A estas alturas del viaje, la mayoría de los refugiados parece resignada a su destino. No tienen ni idea sobre las estaciones de su carrera de obstáculos a través de Europa Central. Y tampoco saben por qué se les somete a esta odisea.

Fuente: DW


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