Una fila de niños sirios entra disciplinadamente en su aula de la escuela Ibtihach Kadura de Beirut, donde la normalidad impera pese a que las peleas son frecuentes entre unos alumnos habituados a un entorno de guerra. 

Hasta hace dos años, este colegio público, ubicado en un complejo educativo en el barrio beirutí de Bir Hasan, tenía un único turno, por la mañana, y solo acogía a estudiantes libaneses. Sin embargo, desde 2014 sus puertas están abiertas por las tardes a menores refugiados de la vecina Siria. 

A la profesora de Geografía y Medio Ambiente Rihan Salah todavía le dura el disgusto de hace un par de días, cuando dos niños sirios se pelearon y uno de ellos le dejó una enorme cicatriz al otro en el brazo.

"El principal problema que afrontamos para integrar a los sirios es la violencia porque ellos están acostumbrados a ver enfrentamientos a su alrededor y reproducen ese comportamiento aquí, vienen con muchos traumas", lamenta esta veterana maestra, mientras una de sus compañeras, Zeina, asiente. Ambas están sentadas en la sala de profesores corrigiendo ejercicios de los alumnos. 

Salah explica a Efe que entre los temores más corrientes de los niños está el miedo al "mujabarat", los servicios de Inteligencia, porque "solían visitar las escuelas en Siria para preguntarles por las posturas políticas de sus padres".

"Hay niños a los que interrogaban por haber hecho un dibujo de (Bachar) Al Asad de esta u otra manera para luego detener a sus progenitores", agrega. Pese a la huella psicológica del conflicto, los menores van adaptándose poco a poco a la rutina del colegio en el Líbano. Las clases del turno vespertino, con un total de 252 sirios, comenzaron la semana pasada, mientras que las del turno matinal, con 596 estudiantes libaneses y refugiados, lo hicieron a finales de septiembre. 

Para atender al nuevo alumnado, que tiene entre 6 y 16 años, los maestros hacen horas extras y se ha contratado a nuevos docentes. Las tasas, el material escolar y los libros son gratuitos, gracias a un programa del Ministerio de Educación, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). 

Sin embargo, este apoyo no puede evitar que algún niño acuda a clase sin haber comido apropiadamente, debido a la difícil situación familiar y a la falta de comedores en los colegios públicos en el Líbano, o que "incluso algunos vengan en pijama al no tener otra cosa que vestir", afirma Salah. "A título individual, el dueño del quiosco de chucherías de la planta baja (del colegio) reparte de vez en cuando golosinas gratis a los más pequeños", subraya la profesora. 

Suena el timbre y Salah y Zeina se marchan a clase. Tras el tumulto habitual de los descansos, los pasillos se quedan vacíos. En la tercera planta del colegio están los estudiantes mayores, los de 15 y 16 años. Uno de ellos es Taha, originario de Qameshli, en el noreste de Siria, y que lleva en el Líbano desde hace tres años. Ahora está en su clase favorita, matemáticas, donde aprende las fracciones. Este es el segundo curso de Taha en el colegio libanés, ya que el primer año en este país lo perdió por todos los cambios que supuso trasladarse de Siria al exilio. 

El director de Ibtihach Kadura, Omar al Yaid, detalla que a los estudiantes sirios les resulta bastante complicado ese idioma porque apenas lo estudiaron en su país, aunque en contraposición son muy buenos en árabe. Además, a algunos refugiados les cuesta reengancharse en la escuela, ya que llevan sin tomar clase desde su llegada al Líbano, y muchos llevan ya años en este país. 

El director destaca que frente al caos del curso pasado, el primero en que el colegio tuvo alumnos sirios, "hay más organización" en el actual.

Y es que integrar a los sirios en el sistema escolar es el gran desafío del Líbano, donde hay unos 500.000 menores refugiados en edad escolar, de los que 200.000 estudian este año en colegios libaneses, según datos de Unicef.

(Texto: Efe)

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